Es un niño.
Me dice “ tenés la mano calentita”
cuando cruzamos la calle.
Entramos a la salita de cinco
y colgamos la mochila
en el lugar de siempre.
Ella por las madrugadas
apoya su cabeza en mi pecho
y su mano sobre mi corazón.
Y así duerme un trecho más.
No está en ningún libro.
Y los contiene a todos.
Aún así le sobra espacio.
Quedará en nosotros por siempre.
No se irá jamás.
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