entrar
al poema
como
se entra
a
la pieza de un niño
o
de un anciano que duermen.
Escuchar
sus latidos,
su
respiración.
Escuchar
su decir
y
decirlo.
Y
callar lo que no dice,
lo
que nunca dirá.
Luego
volver al mundo
con
el mismo sigilo.
Y
cuanto antes mejor.
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