En este
amanecer soleado el marino al que le fue confiada la embarcación que navega mar adentro, deja
debida constancia en su cuaderno de bitácora sobre el estado general de
situación a esta altura del viaje .
Estima, si sus
cálculos rudimentarios no lo inducen a error y no ocurre algún imponderable que
la embarcación se encuentra bastante más
allá de la mitad de su travesía. La barca a esta altura, presenta distintas
marcas en su casco fruto de tormentas, chubascos y fuertes rachas de viento que
la azotaron desde que fue echada a la mar.
Es justo consignar que esas marcas, raspones y magulladuras
varias le han venido a otorgar una
suerte de dignidad con la que antes no contaba. Es que su primer aspecto lucía
un tanto arrogante, tal vez por la cantidad de adornos y arreglos que
llevaba. Detalles estos, en suma, que se
fueron perdiendo con los años, uno a uno, lenta e inexorablemente en la mar. Sin ellos, la barca luce actualmente una marcha más
ligera sobre las olas y cuenta con un andar sereno en días de calma, como el de hoy.
Este marino
durante años y años, puso especial esmero y atención en cuidar los mínimos
detalles de la embarcación. Con el correr del tiempo los fue olvidando para terminar atrapado por la inmensidad del
paisaje que lo rodea: esa línea sin fin del horizonte, la diferente gama de colores que regala el
cielo según el día y la estación; la multitud de tierras que ha visitado (
comarcas todas diversas y parecidas a la vez);
las estrellas que laten y la fiel compañía del sol y la luna.
Y debe
confesar que, contrariando las leyes de la lógica que gobiernan el recto
pensamiento y obrar humanos, ello no
ha provocado en su espíritu ni la más
mínima zozobra.
Ahora su atención se centra en otear bien el cielo, seguir la dirección
del viento y atender hacia donde van las mareas.
El tripulante
quisiera brindar un minucioso detalle de
todo lo visto y vivido, pero su memoria solo logra dar cuenta de una sucesión
de días y noches que han acabado por fundirse en uno solo: el día de hoy con su
sol, su noche y su luna.
A lo que no
encuentra palabras, es para referir
aunque sea un ápice acerca de la majestad, anchura y profundidad del poderoso
silencio que lo ha envuelto y lo
acompaña desde la primer milla marina. Un silencio tan compacto y vívido
que hasta podría tocarse.
Hoy por hoy,
ya sin retorno, parecería no importar llegar ni adonde. Los primeros sueños que
impulsaron el viaje fueron trocando por otros, y estos por otros, y así. La
travesía por sí misma parece ser
suficiente.
Se cierra por
hoy, este informe de situación consignando que hay buen tiempo y buen ánimo
para lo que reste y pudiera venir.
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