Tomamos un
camino lateral.
Pasamos la zona
de quintas y seguimos.
Caminamos tanto,
tanto,
que de la ciudad
de los hombres
solo se veía a
lo lejos
un resplandor en
la parte
mas baja del
cielo.
Arriba un negro
infinito
y las estrellas.
Vivir en la
ciudad de los hombres
tiene su costo.
A la primera de
cambio
te lleva puesto.
Allí , la
autocompasión,
el “pobrecito de
mí “
es un gol en
contra,
o dos, o tres.
Mejor recuperar
la soledad y el silencio;
la línea del
horizonte,
Las tres Marías,
La cruz del Sur.
Andar de a pie.
Y nunca, nunca,
jamás,
por nada del
mundo, creérsela.
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